viernes, 14 de febrero de 2014

El monstruo como símbolo en la cultura

La figura del monstruo, a lo largo de los siglos, ha exhibido diferentes facetas en el imaginario cultural de las sociedades. Por ejemplo, una de las formas más frecuentes de hallarlo en el arte y las tradiciones orales, es como el guardián de un tesoro (como el que nos garantiza la vida eterna). El monstruo, como centinela, es una figuración de las tribulaciones a superar, de los problemas a vencer, para después acceder a ese tesoro de vida, material e incluso espiritual.



El monstruo aparece, en esta vertiente, para motivar el esfuerzo, el dominio de las pasiones y los instintos, las actitudes heroicas. Es por eso que se hace presente en muchos rituales atávicos. Es preciso derrotar al dragón, la serpiente, las plantas con espinas y toda clase de seres atemorizantes, incluyendo el ser propio, para acceder a esos bienes tan deseados.

Centinela de lo sagrado

En el campo de la arqueología, no es extraño encontrar a los monstruos montando guardia en los umbrales de antiguos palacios, tumbas monumentales o secretos templos. En varios casos es posible advertir que, en el fondo, el monstruo no es más que la imagen de una faceta del “yo”, la cual es necesario superar como condición para el desarrollo de un “yo” superior. Tal confrontación es simbolizada con frecuencia, en el imaginario arcaico, por la lucha entre el águila y la serpiente.



Pero además, en su presentación de guardián del tesoro, el monstruo también refiere a lo sagrado. No es desacertado pensar que, donde está el monstruo, está el tesoro. Pocos son los sitios sagrados que no posean en sus umbrales, aterradores monstruos apostados: grifo, boa, tigre, naja, dragón, etc. Cabe recordar al mitológico árbol de la vida, siempre custodiado por feroces grifos; las manzanas de oro de las Hespérides, con la permanente vigilancia de un gran dragón, o la cratera de Dionisos, cuidada por numerosas serpientes.

Todas estas vías de riqueza, salvación del alma u obtención de la inmortalidad, están protegidas y preservadas. Es imposible hacerse con ellas, si no es a través de una acción heroica. Una vez que se ha matado al monstruo, ya se trate de una entidad exterior o una parte oscura de nuestra interioridad, queda por fin libre el paso a ese anhelado tesoro.

Hacedor de otredades

Otra importante faceta con la cual se ha manifestado el monstruo, en la dinámica arquetípica de los pueblos, es en los ritos de pasaje. El monstruo devora a los hombres viejos para que nazcan los hombres nuevos. El ámbito que oculta y al cual nos permite acceder, no es la realidad material de los tesoros y las riquezas, sino el espacio interior del espíritu y sus misterios, al cual solo se ingresa por medio de una transformación interna. Por este motivo aparecen en todas las civilizaciones, representaciones de bestias voraces, capaces de tragarlo todo, psicopompos y andrófagos, referentes de un deseo de transformación.  Este simbolismo del monstruo, podría explicarse en mucho con la noción de “Muera del hombre viejo, viva el hombre nuevo”.



Pero en ocasiones, ser devorado por el monstruo implica un no retorno: es el ingreso de los condenados al infierno, para ser mordidos y torturados por las fauces de pavorosos monstruos o de salvajes engendros.

Dándole forma a lo desconocido

Las formas que ha tomado lo monstruoso a través de la historia, han sido innumerables, de acuerdo a los registros arqueológicos, artísticos, históricos y culturales. Pueden hallarse monstruos con cuerpo humano o cuerpo animal pero en una actitud totalmente humana, o bien, con solo algunos rasgos animales. A esta categoría pertenecen los ángeles, demonios, minotauros y sátiros, e incluso muchos hombres-animal particulares del Antiguo Oriente o las antiguas deidades egipcias.

Pero también tenemos los monstruos de cuerpo animal y conducta plenamente salvaje, pero con cabeza, busto, rostro humano, o cualquier otro rasgo particular de los seres humanos. En este caso mencionaremos a la esfinge, la sirena o el centauro. En Asia Meridional y los pueblos del Antiguo Oriente, esta categoría se ejemplifica muy bien con seres como Naga y Kinnara, que poseen cuerpos de ofidio y ave con busto y cabeza humana.



No menos formidables son los monstruos que tienen cabeza, cuerpo y extremidades de animales diferentes, en combinación. Como ejemplo de esta categoría, mencionaremos al pegaso, el grifo y el dragón. Una buena parte de estos seres, suele interpretarse como existentes en la naturaleza, pero surgidos de errores de observación en sus espacios naturales. Tal sería el caso del unicornio con el rinoceronte, o la sirena con el manatí.


Por último, deseamos mencionar la categoría que incluye seres mixtos con combinaciones variadas, pero con un aumento o reducción exagerada de sus rasgos físicos, de sus  miembros y extremidades. Ese sería el caso del cíclope; el monstruo de una sola pierna; el que no tiene boca, o el de las orejas largas. También podrían ingresar en esta categoría, los grillos con rostros en el vientre de las leyendas de Asia Oriental, o los monstruos que se imaginaban en los periodos más oscuros de la Edad Media (acaso surgidos de los temores por grandes epidemias).


El trasfondo y sus figuras

En resumen, las distintas tradiciones y referencias culturales, nos permiten interpretar a los monstruos como símbolos de las fuerzas cósmicas en estados próximos a lo caótico, es decir, como si fueran potencias no formales. Desde un enfoque psicológico, aluden a las potencias inferiores que se ubican en los estratos más profundos de la conciencia, desde donde pueden ser reactivadas- como en un volcán en erupción- por una acción terrible y precisamente “monstruosa”.

Algunos estudiosos los consideran como simbolizaciones de una función psíquica trastornada, exaltaciones afectivas de los deseos, o más sencillamente, intenciones impuras.

Por ello, no es raro que tengan una estrecha vinculación con lo ético: son los adversarios por antonomasia del “héroe” y de las “armas” (visualizadas como positivas potencias, obsequiadas a los humanos por la divinidad). Es por eso que, las armas son, en cierto sentido, lo contrario de los monstruos: objetos o fuerzas de la naturaleza acondicionadas para lo humano, sometidas y orientadas al orden y lo civilizador. La simbólica lucha contra el “monstruo” ha sido entonces, en mucho, el fundamento mismo de la historia humana desde una perspectiva social.


Bibliografía consultada

Chevalier, Jean y Gheerbrant. Diccionario de Símbolos. Ed Herder. 2009

Cirlot, Juan Eduardo. Diccionario de Símbolos. Ed. Siruela. 2010

Mode, Heinz. Animales fabulosos y demonios. FCE. 2010.

Varios Autores. Atlas Mundial de Filosofía. Ed. Océano. 2005.



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