lunes, 3 de junio de 2013

La sabiduría de Héctor

Es posible que ser humano implique ciertos límites. Pero de igual manera, el tratar de superarlos corresponde a su singular naturaleza. Así pues, lo trascendente esta allí, pero nada más; por su parte el hombre, al tratar de alcanzarlo, permanece en total dinamismo: vive a plenitud. Por lo tanto, el hombre frente a lo divino siempre obtiene un sutil triunfo, efímero pero cierto, en su tentativa existencial. Veamos el caso de Héctor, por ejemplo.



El ser de límites

Héctor es el contrincante más formidable de Aquileo. No por algún atributo obsequiado por el favor de las deidades olímpicas, o a través de ciertos hechizos. Sino porque Héctor es un hombre común y corriente de gran espíritu. Homero tiene un gran acierto literario cuando compara la naturaleza veleidosa del gran caudillo de los Aqueos, propio de su estirpe semidivina, con el modo de ser tan sencillo, tan comprensible de Héctor: el modo en el que se acerca a su familia: habla con su padre Príamo, consuela a Andrómaca, su esposa, y juega con su vástago, el pequeño Astianacte. Aquileo puede enfrentar a cualquier ente, a cualquier criatura del mundo, pero el hecho de tener que vérselas con un ser tan parecido y al mismo tiempo tan lejano a su particular esencia, lo sitúan en la mayor de sus confrontaciones.

El límite del ser

Y esta divergencia se hace patente cuando en el clímax de su desigual contienda, Héctor actúa de una manera que supera en mucho cualquier acción que pudiera llevar a cabo Aquileo: Héctor escapa corriendo, de su enemigo furioso. ¿Qué implica para el hijo de Peleo y Tetis, que Héctor trate de salvar su vida emprendiendo la carrera a través del campo de batalla? Más allá de considerar esta determinación como un acto de cobardía, Aquileo tal vez percibió como la afrenta más grande el hecho de que Héctor, un hombre, un mortal sin más, demostrara cuánto puede hacer quien valora como ningún ser, como ningún dios, su propia existencia. Correr implica un estado en el que se experimenta a fondo el dinamismo de vivir: los músculos se tensan, la sangre se agita, se oxigenan los pulmones, el sudor se esparce. 

Aquileo, condenado a la gloria y a la inmortalidad, nunca podrá ser capaz de tener una experiencia de humanidad tan grande. Es por eso que su figura resulta tan trágica, y tan admirable: su posterior actitud piadosa ante Príamo, al cederle el cadáver de su vencido-pero en el fondo, en el corazón, vencedor- adversario, Héctor, es una confesión no explícita, un homenaje a la condición de quien que es capaz de llegar al límite mismo del ser, pero de igual manera, de tener el deseo de regresar (corriendo) al mundo, a vivir para contarlo.


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